martes, 22 de enero de 2008

Crítico criticado

A continuación les dejo un trabajo que apareció en el diario El País (España). Leánlo. Espero sus comentarios.

CRÍTICA
Pasado y presente de la teoría sociológica
JOSE-JUAN TOHARIA

El título del libro de Marsal (La crisis de la sociología norteamericana) no refleja con total fidelidad su contenido real. Hay, en efecto, en esta obra a la vez más y menos de lo, en principio, esperable a partir del título. Hay más porque Marsal no se limita a considerar exclusivamente la crisis de la sociología norteamericana (a la que, de hecho, apenas si dedica la quinta parte de su texto), sino que se centra sobre todo en los antecedentes y en las consecuencias de la misma. Sencillamente, toma como pretexto la crisis de la teoría sociológica estadounidense de los años sesenta para embarcarse en un ambicioso (y en conjunto altamente afortunado) intento de establecer un balance sintético y recapitulado del pasado, presente y previsible futuro de la teoría sociológica. Pero hay también menos. Y ello porque la crisis en tomo a la cual se teje el libro de Marsal resulta no ser, realmente, y a fin de cuentas, la de la sociología norteamericana toda, sino la de tan sólo una significada fracción -pero fracción al fin- de la misma: la teoría funcionalista. Esta doble inadecuación (por defecto y por exceso) entre título y contenido corresponde por otro lado, como espero demostrar, a lo que, desde mi punto de vista, resulta más logrado y más debatible en el libro de Marsal. La obra se presenta estructurada básicamente en forma de reconstrucción biográfica de la sociología. Biografía enfocada desde el presupuesto de que «la historia de la sociología es una historia con argumento: el del esfuerzo de la "sociología del orden" por imponer una ciencia universal que culmina, ya en nuestro siglo, en lo que los Schwedinger llaman el "liberal-funcionalismo" como ideología del "Estado benefactor belicista"» (página once). La historia de la sociología puede así, para Marsal, reducirse en esencia a la paulatina, progresiva codificación e implantación de la «sociología del orden», que alcanza su punto culminante en la entronización de la teoría funcionalista como el enfoque dominante en el panorama sociológico norteamericano (y, por extensión, occidental). Las razones que básicamente aduce Marsal para explicar el logro de ese predominio hegemónico son, en última instancia, de orden político: sencillamente, el funcionalismo se impone porque responde a necesidades de legitimación ideológica del establishment norteamericano. Su posterior difusión internacional no es sino el lógico correlato del peso e influencia norteamericanos en nuestro mundo actual.
Funcionalismo
El funcionalismo no es, así, una teoría sociológica norteamericana, sino la sociología norteamericana por antonomasia; la «sociología del orden» es, en realidad, «sociología del orden establecido»; «sociología del orden», funcionalismo, y sociedad norteamericana terminan así siendo para Marsal -más por la lógica de su argumentación que por la evidencia de los hechos- conceptos plenamente intercambiables. Quizá. Pero afirmar que así es, no es probarlo. De hecho, un jurista diría que las pruebas en que se basa Marsal son meramente circunstanciales -por tanto, posiblemente engañosas-. Paradójicamente, tras este modo de justificar el ascenso del funcionalismo, late un fuerte componente teleológico (justamente, uno de los defectos básicos imputados al funcionalismo): la teoría funcionalista habría nacido para legitimar ideológicamente el establishment norteamericano; la función desempeñada (en el supuesto de que, efectivamente, lo haya hecho) por su existencia pasa así a convertirse en causa de la misma. Personalmente -y sin por ello descartar totalmente las razones de orden político, sino relativizando su influencia- me pregunto si el éxito del funcionalismo no se deriva acaso más que de su (supuesta) capacidad legitimadora de lo establecido, del potencial analítico de que, en principio, aparece dotado. La teoría funcionalista es, en efecto, una teoría atrayentemente ambiciosa: pretende, ni más ni menos, que lograr dar cuenta de cualquier tipo de sociedad, ya sea pasada, presente o futura.


Realidad social
El nivel de generalidad y de abstracción con que se presenta acuñada parece prometer el acceso a las claves últimas de la realidad social, de toda realidad social. Por supuesto, se trata de una promesa falaz. Pero eso es algo que sólo se descubre a posteriori. En un contexto social en ebullición, como la Norteamérica de finales de la década 1960, ¿no puede haber sido, quizá el descubrimiento de esta básica esterilidad analítica -más que el de sus supuestos sesgos ideológicos- el que originase el progresivo rechazo del funcionalismo? ¿No es realmente forzar excesivamente la evidencia histórica el relacionar declive del funcionalismo con crisis de la influencia internacional norteamericana?
En todo caso, y por tomar de nuevo el hilo de la argumentación de Marsal, desde principios de la presente década el funcionalismo no es ya el enfoque claramente hegemónico dentro de la teoría sociológica. De una situación de más o menos claro unitarismo teórico hemos pasado a otra de dispersión y pulverización. Lo cual -diagnostica Marsal- no tiene por qué ser visto como una situación nociva de la que conviene salir cuanto antes. Por el contrario, nada sería más negativo para el futuro de la sociología que vivir la situación actual como un interregno transitorio, a la espera de la ascensión de un nuevo paradigma teórico que, al imponerse hegemónicamente, vuelva a prestar un carácter sustancialmente unitario a la teoría sociológica.
El estadio actual no representa un bache, sino una conquista: con el fin de la hegemonía del funcionalismo queda claro que el unitarismo teórico constituye, en sociología, una falsa meta, un peligroso espejismo que en vez de acercar aleja de la comprensión de las realidades sociales concretas. La pluralidad de situaciones sociales encontrable en nuestro mundo no puede ser explicada sino a partir de una correlativa pluralidad de esquemas teóricos. La existencia de un amplio pluralismo teórico (y de una correlativa pluralidad de centros irradiadores de teoría sociológica) no es así, en sociología, síntoma de crisis, sino, muy al contrario, de inmadurez. El tema medular del libro, el que por su mayor y más decisivo peso específico se constituye de hecho en el verdadero eje central del mismo, no es, pues, la crisis de la sociología norteamericana, sino más bien el análisis y evaluación de la nueva situación surgida como consecuencia de la crisis del funcionalismo. Desplazamiento de énfasis (con respecto a lo prometido en el título) del que no cabe sino congratularse: si algunos de los puntos en que se sustenta el examen que Marsal realiza del ascenso y crisis del funcionalismo, sobre ser debatibles, no aportan en realidad mucho de nuevo (constituyendo, eso sí, una clara y brillante síntesis recapitulativa de la «causa general» levantada, a lo largo de las últimas dos décadas, contra el funcionalismo), los capítulos consagrados al pluralismo y policentrismo teóricos resultantes de la crisis (que, como ya queda indicado, constituyen el núcleo del libro) son, por el contrario, una original y decisiva aportación a la teoría sociológica contemporánea.
Cultura

Lunes, 21/1/2008

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